¡Hola, soy María Lionza, y quiero compartir mi historia contigo!


Hace mucho tiempo, en épocas precolombinas de América del Sur, existía una deidad conocida como Yara. Incluso antes de la llegada de los españoles en el siglo XV, Yara era venerada como la protectora de las lagunas, ríos y cascadas, una verdadera defensora de la naturaleza. Según la tradición oral de la zona de Yaracuy, Yara era una princesa indígena, hija del cacique Nirgua de los Nívar. Pero lo que la hacía especial eran sus ojos verdes y una profecía inquietante: cuando creciera, traería desgracia a su pueblo a menos que fuera sacrificada a la Gran Anaconda que habitaba en las profundidades del agua.


Para salvar a su hija de tal destino, Nirgua mantuvo a Yara encerrada durante años en una cueva en las montañas de Sorte, vigilada de cerca por sus guerreros más leales. Sin embargo, la joven Yara logró escapar un día y, mientras se miraba en un estanque, se topó con los ojos verdes del Dueño de las Aguas, el temible reptil de su profecía. El amor floreció entre ellos, y la Anaconda se la llevó consigo a sus dominios, desafiando la profecía. Cuando Nirgua y su tribu intentaron separarlos, la Gran Anaconda, llena de ira, se infló hasta explotar, causando una terrible inundación que sepultó el hogar de los Nívar. Desde ese momento, Yara se convirtió en la nueva divinidad de las aguas y protectora de la vida en todas sus formas.


Con la llegada de los españoles, la historia tomó un rumbo similar al de otros relatos de la Conquista, con la imposición del catolicismo. Yara eventualmente perdió su nombre en favor de María Lionza debido al sincretismo religioso. Su nombre se fusionó con el de la Virgen de la Victoria del Prado de Talavera, que los españoles trajeron desde Toledo para reemplazar las creencias paganas de los nativos. Con el tiempo, la imagen religiosa fue conocida informalmente como Nuestra Señora María de la Onza del Prado de Talavera de Nívar, que finalmente se convirtió en María Lionza.


Pero los cambios no se detuvieron allí. A lo largo de los siglos, se desarrolló un culto espiritista alrededor de mí, conocido como marialioncismo, que combinaba elementos indígenas, africanos (como el vudú) y otros propios de la santería. Esto me convirtió en poseedora de una corte de espíritus que estaban a mi servicio. Hasta el día de hoy, es tradicional acudir a mí para pedir deseos y buscar la buena fortuna, especialmente entre las mujeres, en cuestiones de amor y fertilidad.


Durante las luchas de independencia, los hombres venezolanos del siglo XIX y principios del XX me transformaron en una especie de "madre de la patria". Fui el centro de un movimiento político y cultural que me representaba como una figura mestiza y no indígena, alrededor de la cual se arrodillaban ciudadanos de todos los colores.


En la década de 1950, durante el gobierno de Marcos Pérez Jiménez, mi importancia política se mantuvo fuerte, y se encargó una famosa escultura que preside la Universidad Central en Caracas, donde aparezco como una mujer poderosa montada en un tapir macho, símbolo de fertilidad.


Hoy en día, cada 12 de octubre, sigo siendo una figura presente, pero esta vez en conmemoración del Día de la Resistencia Indígena. Mi antiguo hogar en las montañas de Sorte se considera un Monumento Natural en mi honor desde 1960, y todavía se realizan actos tradicionales allí, como el Baile en Candela. A lo largo de los siglos, he perdurado como una figura importante en la cultura y la espiritualidad venezolana, fusionando la herencia indígena, africana y europea en un relato único y místico que continúa atrayendo a quienes buscan mi protección y guía. ¡Así es mi historia!

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